Levántate por la mañana y llora.
Es tu último día en la tierra, así es que sólo el amor importa hoy, sólo la apertura del corazón y el compromiso con la verdad. Hoy mueres a todo lo que sabías, a todo lo que deseabas, a todo lo que buscabas y sólo la inmediatez de vivir permanece, sólo el estira y afloja de ese día.
Cuando estás despierto, la vida y la muerte están infinitamente cerca, la alegría y la tristeza son indistinguibles, a veces.
Porque ya no estás adormecido, ya no mantienes tu vida a raya, y tocas el dolor más profundo, no solo el tuyo, sino el dolor de la humanidad, el de cada alma perdida buscando unión. Y tocas la angustia, todo es tan crudo ahora, te has vuelto transparente. Y en ocasiones la duda ruge en ti como un reguero de pólvora.
A veces resulta abrumador, toda esta información sagrada, todos estos datos de vida sin censura, y tú eres infinitamente sensible. Pero aprendes a incluirlo todo, no todo al mismo tiempo, gracias a Dios, sino momento a momento, paso a paso.
Esta no es la felicidad o la perfección espiritual que prometieron, sino un compromiso más profundo para acariciar toda la vida y hacerla santa con tu caricia. Para sentir tus sentimientos, para pensar tus pensamientos, para ser penetrado por el asombro. Así es que llora, ríe, haz algo loco, olvídate de tus problemas, se te ha dado otro día, ya eres victorioso.
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