Sepa cómo se desencadenan las alteraciones psíquicas y
fisiológicas que puede provocar un intercambio violento de palabras y cuáles
son sus mortíferas consecuencias.
Una manera de comprender la realidad, de asociar los hechos
para poder conocerlos, es la que los enlaza de acuerdo con fórmulas mágicas,
como pueden serlo el cumplimiento de profecías y designios malignos. Aunque para las personas que se consideran
civilizadas, las maldiciones son meras supersticiones poco dignas de crédito,
no debe subestimarse su significación
ni, especialmente, a aquellas personas que sí creen en ellas. La historia da
cuenta de casos en que los efectos de estos poderes imaginarios tienen consecuencias
reales. Y a veces, el resultado es la muerte.
Las consecuencias físicas y psíquicas
Es bien sabido que el pánico provoca una actividad intensa
en el sistema nervioso simpático. En condiciones normales, esta actividad
favorece las reacciones del individuo frente a una amenaza, pero ante la
imposibilidad de defenderse –por efecto de su propia sugestión, explican los
científicos especialistas en el tema- esta función se desorganiza. Se produce
entonces una disminución en la presión sanguínea que puede causar daños
irreparables en el aparato circulatorio. La víctima cae presa de la angustia y
el desgano, pierde apetito y no bebe. La deshidratación hace disminuir el
volumen de sangre en circulación y el organismo se desmorona. Se crea o no, con
prejuicios o sin ellos, la maldición termina surtiendo efecto.
El poder de la sugestión
Psicológicamente, la sugestión tiene el peso de la
certidumbre. Así, quien se siente amenazado por una maldición, provoca en forma
inconsciente la concreción de su destino debido a que está absolutamente
convencido de que no puede escapar a él; de ahí en más, le atribuirá, a la
maldición que pesa sobre sí, todo el mal que le ocurra.
Amuleto protector
Para evitar absorber energías negativas en la casa, se
colocará encima de la puerta de entrada un aspa realizada con dos ramitas de
árbol, que deberá ser un pino, muérdago o fresno. Se atarán las ramitas con
cuerdas o hilo blanco. En el centro del aspa se colocará una rama de trigo o espiga que se dejará secar y
al pie de la espiga, pondremos una cinta verde, otra roja, otra azul y una
amarilla. Nunca se lavarán estas cintas. Si éstas se deterioraran y quisiéramos
reponerlas, no debemos lavarlas sino poner nuevas el día que comienza el otoño
o el primer día del año.
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